El perfeccionamiento del género
El impacto de la I Guerra Mundial fue lo que proporcionó un nuevo impulso al género de detectives. Concretamente, la pérdida masiva de vidas durante el conflicto creó la preocupación social de que la vida humana estuviera perdiendo su valor inherente y convirtiéndose en un simple número. Las novelas de detectives, cuyo tema estrella era la resolución de asesinatos, reaccionaron ante esta preocupación y ayudaron a calmarla centrándose en la víctima y en la búsqueda y captura del asesino. De este modo devolvieron la humanidad a la víctima, convirtiéndola en un ser humano con una personalidad y un entorno que se debía investigar, y afirmaron el valor de la vida mediante la persecución del asesino. La captura, y consecuente condena, del asesino mostraba a los lectores que la vida de un individuo seguía contando y que el asesinato nunca quedaría impune.
A esto se unió la modernización de los tiempos y el avance de los campos científico y tecnológico. Súbitamente, los lectores no querían héroes épicos, poseedores habilidades imposibles por su cantidad y calidad, sino detectives más realistas, personajes más creíbles, aunque igualmente dotados de una gran inteligencia. De repente, los crímenes irresolubles que se explicaban en el último momento a partir de datos desconocidos para el lector ya no eran una lectura aceptable. En este momento, hace su entrada en escena un nuevo tipo de novela detectivesca, aquella que se basa en los principios del fair play, o juego limpio. Dichos principios establecen, entre otras cosas, que el lector deberá tener exactamente la misma información que el detective, lo que le proporciona las mismas oportunidades de resolver el caso. Esta nueva forma de escribir supone la superación del modelo de Doyle, porque mientras este presentaba la lucha entre el detective y el criminal, el nuevo modelo permite al lector hacerse con uno de los metafóricos aceros y medir sus fuerzas con las del detective. La lectura ha pasado a ser una actividad interactiva que estimula la faceta competitiva del lector.
Otros principios del juego limpio prohibían que el autor del crimen fuera el propio detective y que se hiciera uso del recurso de los hermanos gemelos o dobles a menos que el lector fuera advertido de la existencia de tales con anterioridad. También se exigía descartar todas las explicaciones supernaturales, y se limitaba el número de escondites secretos o pasadizos a un máximo de uno por relato. La revelación final no debía requerir de largas explicaciones científicas ni basarse en desconocidos venenos exóticos. Se rechazaban las coincidencias que ayudaban al detective así como las intuiciones sin motivo aparente que finalmente resultan ser correctas.
Siguiendo estos principios se escribieron la mayoría de las novelas y relatos de detectives durante los años veinte y treinta, periodo que se conoce como la Edad dorada de la literatura detectivesca. Justo a tiempo para introducirse dentro de la dinámica del fair play aparece Hércules Poirot, uno de los detectives más admirados y conocidos de la historia de la literatura. Fruto del imaginario de la británica Agatha Christie, el personaje ve la luz por primera vez en la afamada novela El misterioso caso de Styles, publicada en 1920. Hércules Poirot fue el primer detective que creó Christie, aunque no el único, y también aquel al que la autora le concedió más obras, Poirot protagoniza 33 novelas largas, tres volúmenes exclusivos de historias cortas y aparece en otros de detectives múltiples.
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