Sherlock Holmes 1.2

Adicto al trabajo 

Verdaderamente, las capacidades y cualidades de Sherlock Holmes le confieren una indudable aureola épica; fuera de su identidad como detective, tema que abordaremos más adelante, Holmes es un químico excelente: cuando aparece por primera vez en Estudio en escarlata acaba de descubrir un reactivo que precipita con la hemoglobina y a lo largo del canon se aprecia esta faceta en muchas otras ocasiones.

Además, es un boxeador sobresaliente que, según afirma el boxeador profesional McMurdo en El signo de los cuatro, podría haber hecho carrera. También sabemos de él que es un actor experto, por lo que nos dice Watson en Un escándalo en Bohemia, «el teatro perdió un magnífico actor {…} cuando Sherlock Holmes se decidió a convertirse en un especialista en criminología». Igualmente, es un mago del disfraz, hasta el punto de que, en muchas ocasiones, ni los detectives de Scotland Yard ni el propio Watson lo reconocen. Así sucede en El signo de los cuatro, cuando Holmes se disfraza de marinero anciano y entra en su propia casa exigiendo hablar con el señor Sherlock Holmes, es decir, consigo mismo, sin que nadie le identifique como tal.

Nuestro detective, tal y como nos revela en La aventura de la casa vacía, es además experto en baritsu, un arte marcial imaginario, inventado por Sir Arthur Conan Doyle.  El baritsu tiene su origen en la impopular muerte de Holmes en El problema final: el detective y su archienemigo, Moriarty, caen a las cataratas del Reichenbach durante su lucha a vida o muerte. Tras haber tirado a su detective por una cascada, Conan Doyle se ve obligado a capitular y a devolver la vida a Holmes. Para ello aduce que los conocimientos de baritsu del detective le han permitido desembarazarse del fatal abrazo de Moriarty en el último momento, evitando la caída y escapando así de una muerte segura. 

El polifacético señor Holmes es también un virtuoso del violín y, aunque para su deleite prefiere arrancarle chirridos horrorísonos que espantan a Watson, también es capaz de ejecutar a la perfección las melodías favoritas de su compañero de piso. Como colofón, Holmes es un lector voraz y omnívoro y, como su creador, también escribe. En su caso su obra se compone de una recopilación de ensayos técnicos sobre aspectos que puedan resultar útiles en el ejercicio de su profesión.

Llega el momento de centrarse en aquello que define a Sherlock Holmes, aquello que constituye su motivación esencial, el ejercicio de su profesión, que es también su pasión. Holmes ha nacido para ser detective y no trabaja para vivir sino que vive para trabajar, el trabajo es tan necesario para él como el agua o el aire, la inactividad le resulta nociva, sin desafíos, es decir, sin asesinatos y misterios, se consume de aburrimiento. El método detectivesco de Holmes se sostiene, según el propio investigador, sobre tres pilares fundamentales: la observación, la deducción y la posesión de abundantes conocimientos. 

Respecto a la observación, el detective de Doyle defiende la importancia de lo superfluo, «Nada es insignificante para una gran mente», afirma en Estudio en escarlata. Además, se presenta enemigo de los prejuicios y de sacar conclusiones antes de recabar la información, «Es un grave fallo teorizar antes de conocer toda la evidencia. Condiciona el juicio». Su gran minuciosidad en el examen de la escena del crimen, en el que emplea la vista pero también los sentidos del tacto y el olfato, le convierte en uno de los precursores de la ciencia forense y su empleo recurrente de la lupa, en precursor del uso del microscopio.

En cuanto a la deducción, Holmes emplea proposiciones de la lógica, sin embargo, no es un teórico como Dupin, sino un científico, por ello combina el uso de la lógica con la utilización del método científico al que añade, ocasionalmente, algunas pinceladas de inducción controlada. Todo esto aparece jaspeado con los recientes descubrimientos de la ciencia y de la criminología de la época, como la obtención de altura de un individuo a partir de la longitud de su zancada, que vemos en Estudio en escarlata, o el uso de huellas dactilares, que incluso se utilizan para incriminar a un inocente en El constructor de Norwood.

La posesión de abundantes conocimientos no es problema para Holmes, que al saber de su experiencia personal añade los conocimientos que ha recopilado en sus monografías, además de los que componen su archivo criminal personal. Si el conocimiento que se requiere supone sondear Londres, Holmes dispone de los Irregulares de Baker Street, una banda de pilluelos que a cambio de un módico salario peina la ciudad siguiendo sus instrucciones.

«All that matters to me is the work. Without that my brain rots/Todo lo que me importa es el trabajo. Sin él mi cerebro se pudre», se lamenta el protagonista de la serie Sherlock de la BBC en lo que constituye una perfecta instantánea de la esencia de nuestro detective. «Look at that, Mrs. Hudson. Quiet. Calm. Peaceful. Isn’t it hateful?/Mire esto, Sra. Hudson. Silencio. Tranquilidad. Paz ¿No es odioso?» La necesidad de Holmes de actividad intelectual y el disfrute y excitación que esta le produce llega hasta el punto de anular el resto de sus emociones y sentimientos humanos. 

Esto queda genialmente plasmado en el capítulo «El gran juego» de la serie que hemos mencionado antes, en el que un criminal anónimo rapta a ciudadanos británicos y los cubre de explosivos. Esto obliga a Holmes a resolver los misterios que le plantea a contrarreloj para evitar que Moriarty, que resulta estar detrás de todo, haga volar en pedazos a los rehenes. Enfrentado a esta situación Holmes comenta fascinado lo elegante que es el planteamiento del acto criminal mientras Watson y el inspector Lestrade le miran, boquiabiertos ante su absoluta falta de empatía. A continuación, un trailer de el episodio mencionado. 




A pesar de esto, Holmes no es una máquina sin sentimientos, sino un individuo increíblemente inteligente con dificultad tanto para controlar su entusiasmo cuando se encuentra con un enemigo que le plantea un desafío a su altura, como para gestionar su desesperación cuando no hay casos a la vista. La gran inteligencia de este detective constituye a la vez una bendición y una maldición, porque, si bien es capaz de resolver los misterios más oscuros incansablemente, la inactividad, la vulgaridad y lo común le causan tormento «Mi vida se consume en un prolongado esfuerzo por escapar de las vulgaridades de la existencia». En el intento de escapar de ese tormento, Holmes recurrirá a las drogas. Es famoso el final de El signo de los Cuatro que reza «—El reparto me parece muy poco justo —dije yo—. Usted lo ha hecho todo en este asunto. Yo me llevo una esposa. Jones se lleva la fama. ¿Quiere decirme con qué se queda usted? —Para mí —contestó Sherlock Holmes— aún queda el frasco de cocaína».

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